El cristianismo como obra de arte

dio che dipinge

Domenico Antonio VaccaroCristo dipinge la Vergine Immacolata con la Croce, Dio Padre, lo Spirito Santo e San Michele Arcangelo che scaccia i demoni agli inferi. 1678-1745, Napoli.

Se ha dicho que «la belleza salvará al mundo» (F. Dostoievski, El Idiota, p. III, cap. V), y resulta que nuestros principales productores de belleza son los artistas. ¿No tendrán ellos un cierto poder salvador en sus manos? Podríamos pensar, efectivamente, que los artistas son ciertamente capaces de redimir, de salvar. Juan Pablo II, al final de su Carta a los artistas, decía: «que vuestro arte contribuya a la consolidación de una auténtica belleza que, casi como un destello del Espíritu de Dios, transfigure la materia, abriendo las almas al sentido de lo eterno» (Juan Pablo II, Carta a los artistas, Vaticano 1999, n. 16). Es decir, la belleza que pueden proporcionar los artistas es redentora en la medida que nos abre al sentido de lo eterno. Y todo verdadero arte abre al sentido de lo eterno, como sabían muy bien Rothko o Kandinsky. El arte es capaz de redimir en la medida en que es capaz de recordarle al hombre que no sólo es un pedazo de materia. Es decir, en la medida en que es capaz de recordarle y de abrirle a la eternidad, al espíritu, a lo inmortal… precisamente a través de esa transfiguración de la materia.
Paralelamente, por decirlo de algún modo, el Cristianismo es la religión que más ha desarrollado el concepto de salvación, hasta tal punto que podríamos llamarla la Religión de la Salvación. La historia cristiana es la “historia de la salvación”, y el mismo nombre Jesús significa “Dios salva”. En último término, el Cristianismo es Redención, Salvación.
Siguiendo el razonamiento, ¿no podríamos llegar a pensar que el cristianismo es, en cuanto Redención, la gran Obra de Arte? ¿No podríamos pensar que el cristianismo es, en esencia, Belleza-Redentora, Belleza-Que-Salva? En otras palabras: ¿no será Dios el Gran Artista, el Único Artista del que procede todo posible arte? ¿Y por tanto el Único Redentor del que procede toda posible redención? ¿El Artista por antonomasia, capaz de abrir por fin y definitivamente las almas al sentido de lo eterno?
Ya se ha hablado de la Creación como obra maestra de Dios, como obra de arte de Dios, y en el relato del Génesis se puede percibir muy bien. Incluso el Dios creador ha sido representado como el Gran Arquitecto. Pero aquí damos un paso más: la misma Redención como obra de arte. Es más, la Redención como la primigenia y “fontal” Obra de Arte, de la que procede todo posible arte… Admitiendo que el arte consista, claro, en un intento de redención, de despertar al sentido de lo eterno.
«I am now convinced that God is indeed THE Artist (I believe God to be the only true Artist, as I’ve noted), and this role of God as the Creator/Artist deserves a far more central role in the domain of theology and missions. Therefore, the gospel (as an entire history of God’s people) is God’s artwork, God’s ultimate story (Makoto Fujimura, Art and Faith. A Theology of Making, Yale University Press, 2020, pp. 91-92)».
Santo Tomás, citando a San Agustín, dijo: «Maius opus est ex impio iustum facere quam creare coelum et terram»: Es mayor obra hacer un justo de un pecador que crear el cielo y la tierra (Suma Teológica, I-II, q. 113, a. 9).
Desplegando esta lógica, podríamos ver a Dios como artífice de la Redención, y al hombre (redimido) como a su obra maestra, su obra de arte. En este sentido escribe la teóloga Jutta Burggraf cuando, en su libro sobre el ecumenismo, después de hablar sobre la teología rusa del icono, dice: «Con cada pecado se rechaza el amor de Dios, y se destruye la «imagen divina»; mejor dicho, el hombre se destruye a sí mismo, ya que es, todo él, icono de Dios. Sin embargo, Dios no cesa de llamarle continuamente hacia Él. Lo hace a través de su Espíritu, cuya acción consiste en restaurar en el ser humano la divina imagen y llevarla a su plenitud. (Jutta Burggraf, Conocerse y comprenderse, Rialp, Madrid 2003, p. 124)»; «El Espíritu Santo nos asemeja al Hijo de Dios, que es «la verdadera Imagen del Padre». Procura, en el fondo de nuestro ser, que cada uno sea «otro Cristo», un reflejo de la bondad divina, «imagen de la Imagen», «icono del Icono» (Ídem, p. 125)». El Espíritu Santo, de algún modo, plasma el icono de Cristo en cada cristiano que admite entrar en su radio de acción, en cada cristiano que admite entrar en la Redención de Cristo. El Espíritu es el pintor, y el cristiano su lienzo. El Espíritu nos hace bellos, semejantes a Cristo, a su imagen y semejanza. Y esa belleza es redentora. O al revés: la redención hace que embellezcamos. En definitiva, es un pez que se muerde la cola: ¿qué es antes, la belleza o la redención? En el fondo son las dos caras de la misma moneda: el amor de un Dios que salva.
¿Y qué mejor imagen podría ilustrar estas ideas que la de Dios pintando a la Virgen María, su Obra Maestra? Tota pulchra (toda bella), porque sublimiore modo redempta, Redimida de modo eminente, en previsión de los méritos de su Hijo (Concilio Vaticano II, Constitución Dogmática Lumen Gentium, n. 53).

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