Agar e Ismael en el desierto

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Agar et Ismael de Jean Charles Cazin, Luxemburgo, 1880

Esta escena en el desierto me recuerda mucho al status viator del hombre, su condición histórica, que el hombre padece cada día de su vida. Me refiero a esa sensación del hombre de insatisfacción que experimenta en este mundo, que ve que no puede acabarse su sino aquí, porque debe haber algo más que lo satisfaga plenamente, y eso es precisamente Dios.
Esta consciencia de su poquedad refleja una realidad esencial en el hombre: que por sí mismo, por su naturaleza, no es capaz de llegar a Dios de manera satisfactoria, y por tanto es necesario que Dios le tienda la mano. Esa es la verdadera Misericordia de Dios, como veremos ahora en Gn 21,14:

14 Levantóse, pues, Abraham de mañana, tomó pan y un odre de agua, y se lo dio a Agar, le puso al hombro el niño y la despidió. Ella se fue y anduvo por el desierto de Berseba. 15 Como llegase a faltar el agua del odre, echó al niño bajo una mata, 16 y ella misma fue a sentarse enfrente, a distancia como de un tiro de arco, pues decía: «No quiero ver morir al niño». Sentada, pues, enfrente, se puso a llorar a gritos.En aquella época ser esclavo no era una situación muy ventajosa, y menos en el caso de las mujeres. Agar se encuentra de repente rechazada por su propio amo, el padre de su hijo, Abraham, y sin medios para subsistir en aquella época tan cruel (la de ahora es distinta, pero igual de cruel, a su manera), con un odre de agua y un poco de pan, y su hijo, al que no puede alimentar. Vaga por el desierto esperando la muerte.

En la Escritura, la imagen del desierto es bastante recurrente, podemos interpretarla, en referencia a lo que decíamos antes, como un momento concreto del camino espiritual de la persona, que de repente se encuentra como sin el agua de Dios, que le da vida.
Así pasa por ejemplo con la travesía del pueblo de Israel por el desierto, cuando Israel transgrede la Alianza habían hecho con Dios (Nm 14,32):

32 Vuestros cadáveres caerán en este desierto,  33 y vuestros hijos serán nómadas cuarenta años en el desierto, cargando con vuestra infidelidad, hasta que no falte uno solo de vuestros cadáveres en el desierto.

También tenemos otro pasaje del Nuevo Testamento que se refiere al desierto, cuando Jesús, después del bautismo, se prepara para su vida pública (Mt 4,1):

1 Entonces Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto para ser tentado por el diablo.

Aquí además se manifiesta doblemente esa sensación de estar como sin Dios: además del desierto, le acompañan las tentaciones.

Pero como se puede deducir de la actitud que el mismo Jesús tiene ante estas tentaciones, esto es, de confianza, en el sentido de que sabe lo que es bueno y cuál es su misión, podemos también extrapolarlo a cualquier situación nuestra, pues como dice el profeta Isaías, Is 49,15:

15 – ¿Acaso olvida una mujer a su niño de pecho, sin compadecerse del hijo de sus entrañas? Pues aunque ésas llegasen a olvidar, yo no te olvido.

En este pasaje tan bello de Isaías podemos entender un poco más nuestra filiación divina. Ahí está la misericordia de Dios y su grandeza, en que gracias a su designio salvífico, somos sus hijos, y nunca nos olvida, es más, de estos males, Él saca bien, porque si confiamos en Él salimos fortalecidos de esas situaciones.

En resumen, sabemos que siempre nos tiende la mano, para que no caigamos, y así igual pasa en nuestra historia:

17 Oyó Dios la voz del chico, y el Angel de Dios llamó a Agar desde los cielos y le dijo: «¿Qué te pasa, Agar? No temas, porque Dios ha oído la voz del chico en donde está. 18 ¡Arriba!, levanta al chico y tenle de la mano, porque he de convertirle en una gran nación».19 Entonces abrió Dios los ojos de ella, y vio un pozo de agua. Fue, llenó el odre de agua y dio de beber al chico. 20 Dios asistió al chico, que se hizo mayor y vivía en el desierto, y llegó a ser gran arquero.

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